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  • Foto del escritorMaristas México Occidental

LA EMPATÍA DESDE LA PEDAGOGÍA MARISTA.

POR: HNO. SERGIO CÁCERES VERA

REVISTA VOCES DE PROVINCIA \ BLOG I | VOZ DE SERVICIO

 


Como educadores, llevamos buen tiempo escuchando sobre las competencias del siglo XXI (resolución de problemas, creatividad, pensamiento crítico, comunicación, colaboración…) y también hemos oído o leído sobre la importancia que tiene desarrollar en nuestros estudiantes las habilidades sociales (saber escuchar, dialogar, empatía…) que nos hacen personas de valor para la sociedad y la comunidad local.

 

La empatía forma parte de estas habilidades sociales y la entendemos como la capacidad de ponerse en el lugar de los demás, pero manteniendo mi perspectiva propia de lo que sucede y sin emitir juicios personales, interpretaciones o consejos. No es simplemente sentir compasión por el otro y su situación, es un ejercicio más profundo de encontrar en mi historia momentos o situaciones semejantes y cómo las viví, para poder comprender el momento que vive la otra persona y poder estar disponible para ella.

 

La empatía viene de dentro, se desarrolla en aquella persona que ha sabido escuchar su interior y que acepta sus éxitos y sus debilidades, que, gracias al haberse experimentado vulnerable o amado es capaz de entender al otro cuando esté pasando por alguna situación de éxito o fracaso, ya que él mismo se ha experimentado en circunstancias parecidas.

 

Marcelino nos insistía que “para educar a un niño hay que amarlo” y ahora somos conscientes de que la empatía es la puerta para amarlos y amarlos a todos por igual. Educar amando es acoger a los niños y jóvenes tal como son y con su realidad, respetando y defendiendo sus derechos por encima de todo.

 

Los niños y jóvenes descubren cuánto los ama Dios a través del amor respetuoso que les ofrecemos. El amor es la clave de nuestra propuesta educativa y evangelizadora, es la regla de oro de la pedagogía marista que promovió Marcelino, porque la educación es una obra del corazón y no hay pedagogía sin ternura (Cussianovich, 2015). Amar a los niños es entregarse totalmente a su educación y formación.

 

Toda esta pedagogía marista tiene su origen en la empatía de Marcelino Champagnat, así es, en la empatía que este joven sacerdote (28 años) tenía para con los niños y jóvenes que atendía en su parroquia y que no conocían a Dios ni tenían buenas oportunidades de formación. La experiencia Montagne impulsa su ser de tal manera que no puede quedarse cruzado de brazos. Hay que hacer algo y pronto.

 

Y los Maristas de Champagnat somos su respuesta a esta necesidad. Por tanto, hermanos y laicos estamos llamados a vivir desde la empatía toda relación con los niños y jóvenes, siendo para ellos verdaderos acompañantes de su proyecto de vida.

 

Como nos lo enseña Marcelino, la empatía comienza con la apertura al otro: verle, escucharle, estar atento a él o a ella, a su historia, a su vida, a su situación concreta. Pero también es importante conocerme, escucharme, atenderme, pues la empatía es un corazón en sintonía con otro.

 

En nuestras escuelas queremos formar explícitamente en la empatía, pues esta hace desarrollar la compasión, el compromiso, la solidaridad, la entrega, la ternura, la tolerancia, la escucha, el diálogo, la transparencia, la bondad, todas cualidades de aquellos que siguen a Jesús. Nosotros, los Maristas de Champagnat estamos llamados a crear entornos empáticos, donde haya oportunidad de ser uno mismo en proceso de crecimiento, sin miedo al error, al fracaso, porque todos estamos apoyándonos en nuestro proceso de ser mejores personas.

 

En nuestras escuelas podemos educar en la empatía mediante:

  • La celebración del logro y la despenalización del fracaso o el error (cfr. neurociencia).

  • El acompañamiento personal para conocer el contexto familiar y personal de los estudiantes.

  • La formación en el conocimiento y el manejo de las emociones.

  • La creación de espacios seguros de interacción en donde se puedan desarrollar las habilidades sociales.

  • Conducirles en el manejo del conflicto.

  • Formarles en interioridad y acompañarlos en el desarrollo de su competencia espiritual.

 

Hagamos todos el esfuerzo, hagámoslo intencionalmente. Seamos personas socialmente hábiles y hagamos lo mismo con nuestros niños y jóvenes. Marcelino decía a sus Hermanos:


“No me gustan los Hermanos (léase maestros y maestras) que ahuyentan a los niños con sólo su presencia; […debemos] dar buen ejemplo a los niños y ganarlos para Dios, […] Se necesita, además carácter y modales agradables y atractivos (ser alegre, abierto, atento, afable, empático y constante). Pero no puede conseguirse ese carácter sin un corazón humilde, caritativo y respetuoso. La humildad y la caridad son origen y fundamento de todas las cualidades que cautivan y conquistan el afecto y el aprecio de todos”.

(Vida de Marcelino, p.195).


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