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EL HERMITAGE: EL CORAZÓN QUE DIO VIDA AL SUEÑO MARISTA

  • Foto del escritor: Maristas México Occidental
    Maristas México Occidental
  • hace 2 días
  • 3 Min. de lectura

REVISTA VOCES DE PROVINCIA | BLOG IV | VOZ EXPERTA


Hay lugares que no solo cuentan historias, sino que las encarnan. El Hermitage Marista, en las montañas del sur de Francia, es uno de ellos. En sus muros de piedra se esconde una historia tejida con fe, trabajo, comunidad y el sueño profundo de un joven sacerdote que no quiso dejar a ningún niño fuera del amor de Dios.


Corría el año 1817 en el pequeño pueblo de La Valla-en-Gier, donde Marcelino Champagnat, recién ordenado sacerdote, daba los primeros pasos de una obra que cambiaría para siempre el rumbo de la educación cristiana: el nacimiento del Instituto de los Hermanos Maristas.

Marcelino tenía claro que los niños del campo, olvidados por los sistemas de su tiempo, necesitaban no solo aprender a leer y escribir, sino también conocer a Jesús y a María. Así fue como, junto a unos pocos jóvenes, dio inicio a la comunidad Marista.

Pero aquella casa en La Valla pronto se quedó pequeña. El sueño crecía. Y con él, la necesidad de un hogar más amplio.


En 1824, Marcelino encontró un terreno junto al río Gier, rodeado de montañas y silencio. No fue una elección al azar: el valle fue escogido intencionalmente por su aislamiento, su belleza natural y su profundo silencio, cualidades que permitían orar, estudiar y convivir en paz, en profunda comunión con la creación.

El río, si bien hermoso, también representaba un reto. Sus crecidas complicaban los trabajos de construcción, pero también ofrecía agua para la obra y se convirtió en un símbolo de vida y de renovación constante.

Sin arquitectos ni planos definitivos, los mismos hermanos comenzaron a levantar piedra por piedra el Hermitage. El diseño se fue modificando sobre la marcha, según las necesidades del momento y la inspiración de Marcelino. De ahí que algunos detalles de la estructura hoy parezcan irregulares, pero precisamente eso le da su carácter auténtico y entrañable.

En 1825, con la obra aún sin terminar, se realizó la bendición del lugar. Fue un acto de fe profunda: no se consagraba un edificio acabado, sino un sueño que ya era sagrado.

En ese espacio sencillo, con capillas pequeñas, habitaciones compartidas y vistas al bosque, se forjaron las primeras generaciones de hermanos. Allí aprendieron lo que significa vivir como Nazaret hoy: con humildad, presencia, trabajo sencillo y profundo amor a María.

Cada rincón del Hermitage fue testigo de la confianza absoluta de Marcelino en la Providencia. Cuando faltaba el pan, oraban. Cuando faltaban las fuerzas, se sostenían en comunidad. Y cuando llegaban los niños, todo cobraba sentido.


Hoy, el Hermitage sigue en pie, renovado y restaurado, continúa recibiendo peregrinos, hermanos, laicos y jóvenes de todo el mundo. Es casa de retiro, formación y renovación espiritual, fiel a su vocación original de ser hogar, escuela y santuario.

Visitar el Hermitage, aunque sea con el corazón, es volver a las raíces, es recordar que lo que somos hoy como comunidad marista comenzó con un sí valiente, una casa sencilla y una misión clara: “Educar a los niños y jóvenes con amor, como María lo haría”.



Te invitamos a hacer un espacio en tu vida para volver al silencio, al origen, a ese lugar donde Dios te habla bajito. Inspírate en el sueño de Marcelino y deja que tu vida también sea hogar, escuela y santuario para otros.  ¿De qué manera somos hoy ese hogar cálido y fraterno para los demás?

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